La exigencia, ¿es el camino a la excelencia?

Muchas veces hemos escuchado y nos han inculcado que para alcanzar nuestras metas es imprescindible esforzarnos. El asunto es que el éxito no necesariamente va de la mano de la felicidad y creo que todos anhelamos ser felices en algún momento de nuestra vida.

Columna especial12/05/2023RedacciónRedacción
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Hemos construido una idea de que, si no nos costó lo que conseguimos, entonces no vale. Algunas generaciones formamos parte de una cultura que creía que, para progresar, debemos dar lo máximo. 

La mirada exigente hacia nosotros mismos y a los demás no mide las consecuencias del que va a realizar la acción, lo que verdaderamente importa es que eso que se exige o nos exigimos sea realizado bien y en el tiempo establecido. Esta manera de encarar a las personas toma también diversas formas frente a la corporalidad:

- creemos que debemos tener nuestro cuerpo con cierto tipo de dieta o rutina    

  física sin considerar limitaciones médicas.

- nos proponemos con cierta presión una determinada imagen corporal.

- nos auto imponemos una determinada manera de caminar, bailar, movernos en el mundo físico y virtual.

Desde el Coaching Ontológico, entendemos que cuando nos forzamos hacer determinada tarea, estamos partiendo de la obligación y restando importancia al “para qué” de las acciones que realizamos y al compromiso que tenemos con esas acciones. Norberto Levy (médico y psicoterapeuta argentino), agrega que “la exigencia es una manera ignorante de cumplir las acciones a realizar.” Muchas veces he conversado y vivido un abordaje desde la exigencia y he experimentado que el sentido de la tarea se ve reducido al mero cumplimiento de la misma, sin un propósito detrás. La mirada desde el mandato puede llegar a pensar que los demás “son vagos” o “buscan excusas” si se niegan a sus pedidos, porque no deja lugar para otras alternativas. Puede suceder que tampoco reconozcamos lo que puede necesitar el otro (tiempo, recursos, apoyo).

Muchas veces, entendemos la excelencia desde el perfeccionismo y valoramos a los demás y nosotros mismos desde el observador que estamos siendo.  Y ¿qué sucede si esa perfección no se alcanza? ¿Si las cosas no salen perfectas? ¿si los hijos no cumplen nuestras expectativas? Ese perfeccionismo que muchas veces anhelamos no deja de ser una construcción desde nuestros juicios e interpretaciones. ¿Qué es lo perfecto? ¿Cuándo se alcanza?

Las respuestas a estas preguntas dependen de la subjetividad de cada persona cuando establece su medida de la “perfección” en base a los juicios y a los discursos históricos. Cada uno de nosotros es un observador según las experiencias y enseñanzas vividas, el problema ocurre cuando creemos que el otro tiene esas mismas vivencias o experiencias. Lo distinto nos enriquece y nos permite ser empáticos, resilientes y optimistas porque ya no todo depende de nosotros. 

Desde el coaching, podemos explorar esas interpretaciones y resignificarlas para abrir posibilidades y no limitarnos a nosotros mismos ni a los demás.  Entonces, ¿cómo se logra la excelencia si la exigencia no es un camino? Aquí es donde aparece la idea de la excelencia interior, aportada por Roberto Levy: “la excelencia no es hija de la exigencia. La genuina excelencia es resultado de un estado de excelencia interior. La excelencia interior significa relaciones internas armónicas, respetuosas y fértiles”.

Para finalizar, te propongo que cuando aflore nuestro lado más exigente para con nosotros mismos y con los demás, busquemos el propósito de esa voz y la transformemos en una oportunidad para lograr una relación armónica con nosotros mismos y con los demás.

Escrito por Wenceslao Gómez Caride, Coach y Consultor.

Si querés comunicarte con Wenceslao podes escribir a [email protected]

Referencias:

Material bibliográfico proporcionado por Axon Training durante la carrera de Coaching Ontológico. 

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