Chañy y Batea Mahuida conmemoran su aniversario en voz baja

Hay áreas que celebran sin ruido, con objetivos de conservación y respeto mutuo. En Chañy se custodia el bosque andino patagónico y su fauna asociada; en Batea, se sostienen los ambientes altoandinos, entre otros valores.

Cultura27/10/2025Redacción NARedacción NA
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Hay cumpleaños que no van con torta, van con abrigo, mate y silencio. Chañy y Batea Mahuida suman 57 —desde aquel 25 de octubre de 1968— y el paisaje acomoda el viento, despeina el lago, deja una luz oblicua sobre los pehuenes como faros que no se rinden. En el oeste neuquino estas áreas aprendieron a celebrar sin ruido. Tal vez por eso siguen vivas.

Chañy está pegada a la costa sur del Aluminé en territorio utilizado históricamente por la Comunidad Mapuche Puel. No se abre al público: respira hondo, sin estridencias. Batea Mahuida, a 1600 y 1700 metros, se deja caminar: senderos, cartelería y dos lagunas de altura —Corazón y Piñihue— con calma de espejo y vida única debajo. Para el equipo de guardaparques —Flor, Débora y Mauricio— cada aniversario valida un sueño de infancia: cuidar fauna y flora, entre araucarias y altura. El año que pasa no es trámite: es memoria que dice “vamos bien”.

También es balance y promesa. Atrás quedan educación ambiental, monitoreos, amenazas atendidas; adelante, el voto renovado de presencia en territorio. En Chañy, custodiar el bosque andino patagónico y su fauna asociada; en Batea, sostener los ambientes altoandinos que hospedan a la ranita patagónica y a la ranita palmada neuquina, entre otros valores.

Al principio todo se hacía grande: el mapa y lo que no entra en el mapa. El territorio imponía por geografía y por historias —las de hoy y las de antes—. Con el tiempo, la intimidación cedió a la pertenencia. El territorio empezó a reconocer a quienes lo cuidan, y quienes lo cuidan empezaron a leerlo mejor: un cambio de viento, una marca en el suelo, un cauce que llega con más o menos fuerza. Cuando ese entendimiento se vuelve cuerpo, todo fluye distinto: controles con otra calma, educación ambiental con mejores palabras, decisiones más precisas —desde reforzar cartelería hasta cerrar un acceso—. El trabajo toma el pulso del bosque.

Cronología breve

Las áreas nacieron el 25 de octubre de 1968. Pasaron muchos guardaparques y no hay un registro continuo de cada cambio, pero sí una lectura nítida: la villa creció, la urbanización avanzó, se expandieron plantaciones exóticas (pino), hubo incendios y tala. En ese vaivén, la misión se mantuvo firme: conservar lo más natural y original posible un fragmento de planeta. Por eso las normas, por eso cuidar los diversos ambientes de Chañy y Batea.

Las anécdotas no caben en un solo recuerdo. El trabajo cambia todos los días y deja una felicidad mansa que confirma el camino. Flor se entusiasma con pequeños asombros: una flor nunca vista, un ave que se posa cerca, el agua del arroyo marcando compás, cachañas que se alborotan por un carancho, el mate a la sombra de una araucaria. Débora vuelve a escenas con pobladores y compañeros: sorpresa, contemplación, risa agradecida por la fortuna de recorrer y cuidar Chañy y Batea. Mauricio suma que cada salida trae algo nuevo: un ave poco común, un hongo que no estaba registrado, la vegetación virando con la estación, un mate, una charla. La naturaleza siempre corrige, completa, enseña.

La vara la pone el pehuén (Araucaria araucana)

El pehuén es endémico, ancestral, con peso cultural propio. A su sombra se arma el inventario vivo. En Chañy, bosque andino patagónico con monito de monte, carpintero gigante, pato de anteojos —y ese registro intermitente del pato de los torrentes que se espera volver a ver—. En Batea, ambientes acuáticos donde la ranita patagónica y la ranita palmada neuquina resisten como emblemas locales, acompañadas por carpintero gigante, chinchillón y el mismo pato de anteojos. No es vitrina, es mapa de responsabilidades que se pisa todos los días.

Las amenazas también tienen nombre y modo. En Batea, el 4x4 fuera de camino rompe suelos, espanta fauna y deja ruido donde debería haber calma. En Chañy, una exótica invasora sin depredadores —el visón— se mueve por suelo, árboles y agua y presiona sobre la fauna nativa. Se suman el diente del ganado, la pérdida de cobertura, la degradación de suelos y el riesgo de incendios en araucaria y lenga. El oficio se define andando, recorridas y vigilancia, monitoreos, fiscalización, educación ambiental, cartelería en pie y diálogo con quien visita. Y, de tanto en tanto, la alegría concreta: como el monito de monte hallado en los alrededores de Villa Pehuenia y liberado en Chañy, donde su hábitat le ofrece una oportunidad real de seguir.

La relación con el territorio es antigua y concreta. Chañy y Batea están atravesadas por la vida de Villa Pehuenia y, en particular, por el vínculo con la Comunidad Mapuche Puel. El pehuén no es solo árbol: es sustento, cosmovisión, calendario afectivo. Conviven usos tradicionales —recolección de piñones, trashumancia— con los objetivos de conservación; eso exige articulación cotidiana y respeto mutuo. De ahí nace una identidad local: bosques, fauna endémica, especies en riesgo como símbolos compartidos y motivo de orgullo. A la vez, las áreas son fábricas silenciosas de bienestar: regulan agua y clima, protegen suelos, previenen erosión e inundaciones y resguardan diversidad genética. Sin factura a fin de mes, pero indispensables.

Los desafíos de gestión son concretos y diarios: tres guardaparques para dos áreas separadas por unos 40 kilómetros; actividades no permitidas —fuera de camino, extracción de leña, piñones, residuos—; compatibilizar usos tradicionales con conservación; presión de exóticas como pino y visón; riesgo de incendios en masas de araucaria y lenga; vulnerabilidad de especies clave (ranita patagónica, monito de monte) en un clima que cambia. El mensaje, entonces, es simple y firme: Chañy no está abierta al público; Batea Mahuida sí. Allí la prioridad es la flora y la fauna. Respetar cartelería, no salirse de los caminos, regresar con los residuos. No es un favor: es la condición para que este lugar siga siendo lo que es. La conservación se hace entre todos.

Y así, el cumpleaños: sin parlantes ni cintas para cortar. Con otra métrica del tiempo, la del pehuén que crece lento, la de las lagunas en altura que guardan secretos antiguos, la de un silencio que educa más que cualquier cartel. Chañy —reserva íntima a orillas del Aluminé— y Batea Mahuida —balcón alto de la cordillera— recuerdan que Neuquén custodia un ambiente único y que cuidarlo no es nostalgia, es futuro. Lo que aquí se protege sostiene agua, suelo, clima, memoria. Si estas áreas perduran, la provincia respira mejor.

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