
En este pequeño espacio, nos tomaremos un momento para relajarnos y disfrutar de la lectura por gusto. Exploraremos las obras de distintos autores y autoras provenientes de diversas regiones del mundo.
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Cultura04/12/2025
Erica Marconi
Aquellos que conocieron un Rosario pecaminoso, un Rosario receptor de mujeres de todo el mundo que llegaban a Pichincha para ejercer su triste e infame comercio, no pueden olvidar a María Antonia Barrales.
María Antonia Barrales era un hombre de postura arrogante, corto de palabras y rápido para la acción. Se había acostumbrado a la violencia y convivía con ella desde muy pequeño. No era extraño; había nacido en un conventillo de calle Urquiza, donde calle Urquiza cae hacia el río y transitó una infancia libre y difícil donde aprender a defenderse era primordial. Los carreros que salían con las chatas desde los almacenes de Rosenthal lo vieron trenzarse a golpes y ladrillazos con el piberío. Casi siempre por la misma causa; la feroz burla que causaba su nombre: María Antonia Barrales.
El culpable había sido su padre, pero nadie le daba tiempo para explicarlo. Nadie le creía cuando él contaba que don Simón Barrales anheló siempre tener una hija. Y que había decidido que llevaría por nombre María Antonia. La madre de don Barrales, una genovesa terca y trabajadora, insistía en que debían ponerle «Enrica». Y los sucesos se precipitaron, faltando dos meses para que la mujer diese a luz, la policía descubrió que don Simón Barrales robaba kerosén, naftalina y cueros de los almacenes de Rosenthal, donde trabajaba. Descubierto el hombre debió huir. Pero antes, empecinado, cumplió su sueño. Fue al registro civil y anotó a su próximo hijo con el nombre de «María Antonia Barrales». Adujo que de la misma forma en que hay niños que se anotan mucho después de nacidos, así como hay criaturas que van solas a registrarse, él usufructuaba el derecho de anotarla antes.
Además, descartaba el riesgo de que su mujer se saliera con la suya de bautizarla con un nombre itálico.
Y así creció María Antonia, debiendo hacerse respetar a golpes de puño, puntapiés y adoquinazos.
Le soliviantaba hasta la exasperación al muchacho que lo llamasen «María Antonia». Pidió al principio que le dijesen «María» y, más tarde y cansado de luchar, «Nené». Pero no hubo caso. Creció y se hizo hombre con ese baldón, con esa marca que traía desde la cuna.
Pero no era siempre gratuito llamarlo así. Una vez, en un baile en uno de los piringundines del Bajo, en la «Parrilla-Dancing La Guirnalda» de don Saturnino Espeche, María Antonia Barrales se enojó, no quiso que un engominado compradito venido del San Nicolás le gritara su nombre en medio de la pista. María Antonia sacó un revólver y le pegó tres tiros al atrevido. Le dieron cuatro años. Pero el juez actuante en la causa dictaminó que debía purgarlos en la Cárcel de Mujeres.
La cosa fue en los Tribunales viejos de Córdoba y Moreno y hay gente que se acuerda todavía. María Antonia elevó su voz de tenor en la protesta: él no quería ir a la Cárcel de Mujeres. El juez aceptó escucharlo, pero miró la partida de nacimiento y fue muy claro:
—Acá usted figura como María Antonia Barrales, caballero —le dijo, mostrando los papeles—. Persona de sexo femenino.
María Antonia en su ofuscación, perdió la línea. Sin dar tiempo de nada a los guardias, se bajó los pantalones y mostró su hombría.
Le recargaron la pena en dos años por exhibición obscena frente a un juez de la Nación.
Cumplió su condena en la Cárcel de Mujeres y volvió a la libertad.
Trabajó como estibador, carrero y matarife en el frigorífico de Maciel. Cada tanto retornaba a la cárcel por trenzarse en peleas a causa de su nombre. Fue en una de esas peleas que reparó en él don Teófilo Carmona, el caudillo radical, patrón y soto de barrio Triángulo. Lo sacó de la cárcel y lo tomó como guardaespaldas. En cien entreveros María Antonia hizo derroche de coraje, sangre fría y hasta crueldad innecesaria.
Pero todo fue inútil. El estigma de su nombre volvía sobre él, como una enfermedad recurrente. Y se dio por vencido.
Dejó el revólver, se apartó del cuchillo, y se casó con don Teófilo que desde tiempo atrás venía proponiéndole una vida más tranquila en los patios silenciosos de su casa solariega.
Allí cuidó niños ajenos, aprendió secretos de la cocina criolla y tejió para afuera.
"Destino de mujer" del libro "Los trenes matan a los autos", Ed. de la Flor, 1997.
Conociendo al escritor:

Roberto Fontanarrosa (1944-2007) fue un reconocido humorista gráfico, dibujante, guionista y escritor argentino, nacido en Rosario.
Creador de personajes icónicos como Inodoro Pereyra y Boogie el Aceitoso, desarrolló su carrera desde los años 60, destacándose en publicaciones como Hortensia, Satiricón y Clarín. Diagnosticado con esclerosis lateral amiotrófica en 2003, continuó escribiendo pero debió dejar de dibujar en 2007 debido a la pérdida del control de su mano. Falleció en Rosario el 19 de julio de 2007.
Inició su carrera en 1968 y su fama trascendió fronteras, publicando en medios de Colombia y México. Además de sus personajes más famosos, también escribió novelas y cuentos, y colaboró con grupos como Les Luthiers.
Recibió numerosos premios, incluyendo el Premio Konex de Platino en 1994 y la Mención de Honor Domingo Faustino Sarmiento del Senado en 2006. En 2004, se destacó su participación en el Congreso Internacional de la Lengua Española en un famoso discurso humorístico sobre las "malas palabras".
En 2007, se instituyó el Día Nacional del Humorista en Argentina en su homenaje. Su obra sigue siendo recordada y celebrada por su humor popular y su reflejo de la idiosincrasia argentina.

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