Una de cada 100 personas con autismo recibe el diagnóstico durante la adultez
El trastorno del espectro autista es una afección relacionada con el desarrollo del cerebro que afecta la manera en la que una persona percibe y socializa con otras personas, lo que causa problemas en la interacción social y la comunicación.
Las personas con autismo presentan dos características principales, por un lado, desafíos en la interacción social y en la comunicación y, por el otro, un patrón de intereses, conductas o actividades repetitivas y restringidas. Es así que, dentro del espectro autista, se tomarán en cuenta tres dimensiones según lo que la persona necesita en cuanto a estos tres niveles: nivel de lenguaje, nivel cognitivo y nivel de apoyos.
“Con autismo se nace y este acompaña las distintas etapas de la vida. Los signos y síntomas se presentan a partir del inicio del desarrollo, aunque también es posible que no se manifiesten por completo hasta que las demandas sociales superen las capacidades limitadas o aquellas adquiridas para intentar ser socialmente competente”, explica Antonella Chullmir, médica especialista en psiquiatría.
Chullmir comentó además: “El autismo suele diagnosticarse durante la infancia, generalmente antes de los 3 años, pero algunas personas no reciben el diagnóstico hasta la adolescencia o la adultez. Está presente en aproximadamente 1% de la población y los niños tienen cuatros veces más posibilidades de ser diagnosticados que las niñas”.
“El diagnóstico es clínico, es decir, se obtiene a través de una entrevista psiquiátrica o psicológica basada en la identificación y reportes definidos como síntomas clínicos. Una de cada 100 personas con autismo recibe el diagnóstico durante la adultez. Cuando se están cursando diagnósticos agudos en salud mental, no se recomienda hacer el diagnóstico de autismo”, agrega la Dra. Chullmir, autora del libro “Autismo: Tengo el diagnóstico, y ahora?”.
Aquellas personas que reciben el diagnóstico de autismo a edades más avanzadas, tienden a presentar comorbilidades en salud mental (por ejemplo: ansiedad y depresión) que podrían estar relacionados con el estrés a largo plazo sufrido por los intentos de adaptación a la sociedad.
Las personas con autismo procesan la información de manera distinta a las demás. No lo hacen mejor ni peor, simplemente de otra manera. Por esto es que perciben determinadas situaciones y reaccionan ante estas de manera diferente. Los motivos por los cuales una persona adulta pueda solicitar una evaluación de diagnóstico pueden ser varios, como por ejemplo:
- Tras recibir el diagnóstico de un hijo, encuentran puntos en común.
- Por sugerencia del equipo tratante de su hijo.
- A través del testimonio en alguna red social o medio de comunicación.
- Durante la entrevista con psiquiatría.
- Por sugerencia de un compañero de trabajo que tiene un allegado con características similares, entre otras.
Chullmir asegura que: “Muchas veces, luego de la consulta de psiquiatría y de haber recibido el diagnóstico de autismo, los pacientes preguntan: ¿Y ahora cómo sigo? ¿Cómo le digo a mis papás acerca del diagnóstico? ¿Qué digo en mi trabajo? Le voy a decir a mi pareja que no me insista más con tal o cual cosa, etc. Ante esto, se puede comenzar a hablar acerca del diagnóstico de autismo o de las características del autismo, lo que sea más amigable para que la persona pueda comenzar a compartir con los demás o como punto de partida para poder hablar con las personas de su confianza”.
“¿Cómo comenzar a entender de qué se tratan las características de esa persona con la que se ha compartido tanto tiempo y recibe el diagnóstico en la adultez? Tal vez ya se había hablado de autismo, pero nunca de lo que se trataba”, añadió.
El diagnóstico de la condición del espectro autista nivel 1 (Asperger) en la adultez suele venir con etiquetas que se escucharon durante muchos años como “mal educada” por no mirar a los ojos o por hablar acerca de su tema de interés por un largo rato, “insensible” por no haber llorado luego del fallecimiento de alguien cercano, “caprichoso” por no haber querido comer lo que se cocinaba en la cena, “soberbio” por haber corregido el error de la persona o por haber estado hablando acerca del tema de interés, “mala onda” porque no le gusta ir a bailar o dejarse abrazar en situaciones de llanto.
“Las personas con autismo pueden escuchar sin mirar, querer sin abrazar, tener un orden en su desorden, tener sentido del humor y no entender el doble sentido y disfrutar de la música y paralizarse con el ruido al pasar en el horario de la salida por una escuela. Las personas con autismo tienen emociones y las pueden expresar de distintas maneras que pueden no incluir sonreír, abrazar o una expresión de alegría en su rostro”, concluye Chullmir.