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No fue necesaria la pandemia ni las cuarentenas, para que sonaran todas las alarmas respecto a la soledad como factor cardinal en la salud o al origen de enfermedades tanto físicas como psíquicas. Ya desde hace muchos años vemos este fenómeno que se incrementa a medida que pasa el tiempo, pero aún más con los cambios sociales y tecnológicos. Las comunicación virtual y la pandemia aceleraron de manera notable algo que ahora abarca a todas las épocas de la vida y grupos sociales pero, como siempre, golpea más fuerte a los más vulnerables.
La anécdota no deja de ser ilustrativa: hace unos años un experto que debía ocuparse de salud pública, relata que al entrar en funciones y comenzar a estudiar indicadores de salud imaginaba que el problema fundamental al cual debería abocarse sería “combatir” algunas patologías infecciosas. Su sorpresa fue mayúscula cuando vio que el mayor problema, y que mayores costos sobrecargaban el sistema de salud de su país, era… la soledad.
La prestigiosa publicación The Economist planteaba ya en esa época que “la soledad es un grave problema de salud pública”, evidentemente en relación a los costos que demandaba en el sistema, tema que comenzamos a abordar en Infobae.
Casi inmediatamente, cuando hablamos de temas de salud mental solemos pensar en patologías. Así, la ausencia de ellas indicaría de alguna manera salud o un estado de equilibrio, es decir, si no hay nada que reportar eso debe ser la normalidad y porqué no imaginar que eso debe ser el bienestar.
Un cambio de concepto
Esto responde a un muy vieja definición de salud, abandonada desde ya desde hace muchas décadas, en la cual salud es la ausencia de enfermedad. Ya para finales de 1940 la Organización Mundial de la Salud (OMS) planteó la fórmula “salud no es solo la ausencia de enfermedad...”, abriéndose progresivamente a definiciones y por ende a conceptos, que han ido abarcando más y más aspectos de la vida. Así, incorporamos los conceptos de bienestar y malestar e inclusive a crecientes estudios y trabajos sobre los indicadores de “felicidad”.
La trampa intelectual de que la salud fuera la ausencia de enfermedad, tenía o tiene para quienes aún no conscientemente posean esa mirada, una ventaja: era muy simple y no había que ocuparse de otro factor más allá de “combatir” la supuesta causa del síntoma o, inclusive, solo el síntoma.
En aquella concepción de la salud, muchos factores hoy evidentes, padecen de un fenómeno conocido como ceguera cognitiva, en el cual “no saben que no saben” y, por ende, no ven aun aquello que sería evidente.
Este es el caso de la soledad, un factor sin la espectacularidad de otros, que perjudica la salud y esa fue la sorpresa del médico de la anécdota previa, nada menos que el Dr. Vivek Murthy, en ese momento reciente “General Surgeon” en los Estados Unidos, un equivalente a un consejero general en Sanidad dependiente del ministro de Salud Pública.
Al verlo, en lugar de negarlo o desestimarlo, lo estudió y así vio que detrás de muchas de las historias de violencia, depresión, ansiedad, adicciones, existía un patrón y este era la soledad, manifestándose de las más diversas maneras. Más delante en una entrevista dijo que al interesarse en este tema, vio que ya había gran cantidad de estudios a los que no se les había prestado atención y que señalaban valores de incidencia de la soledad como causal o asociada a patologías diversas por encima del 20% de la población adulta, con asombro acota: “más que diabetes, tabaquismo, y no lo atendemos”.
Casos recientes
Efectivamente, para quienes consideramos estas variables la literatura científica era ya exhaustiva, como, por ejemplo, un estudio británico longitudinal durante 10 años sobre el impacto en salud de la soledad sobre una población de 1000 personas mayores de 65 años.
La correlación que demuestra el estudio entre la soledad y la incidencia de diversa patología e inclusive la expectativa de vida era concluyente. Unos años atrás en un verano europeo azotado por lo que hoy vemos como crisis climática, en Francia se registró una cantidad récord de miles de muertos entre personas de la tercera edad, el factor sobresaliente común, el patrón, era que estaban solos, que nadie estaba siquiera para socorrerlos.
La asociación de soledad, al límite o más allá quizás, del abandono de persona, lleva a la coexistencia de innumerables patologías e inclusive las mismas u otras preexistentes no atendidas. Al inicio de la pandemia, en el mundo así como en Argentina, se dio el caso de muertes en geriátricos en los cuales la incidencia real y objetiva de la soledad no se ha estudiado en profundidad, queda, sin embargo, el dato empírico.
El Profesor John Cacioppo de la Universidad de Chicago en sus diversos trabajos encontró que la soledad es un factor que incide en la mortalidad tanto como la pobreza, de la cual, por otro lado, es difícil de separar pobreza y soledad, y además duplica el riesgo de síndrome metabólico y obesidad. Eso fue la alarma de la sobrecarga en el sistema de salud pública del Dr Murthy, de hecho utilizó una palabra, “recesión”, pero aclarando que se refería no solo a la económica sino a la recesión social.
El rol de las redes sociales
El impacto fue amplificado por otro factor que venía presentándose con una fuerza preocupante y era la irrupción de las redes sociales sin control, ni herramientas cognitivas o emocionales para adaptarse. El famoso sociólogo y filósofo Zygmunt Bauman, fallecido en 2017, venía advirtiendo en sus últimos años sobre los peligros de las redes sociales y su impacto sobre la soledad y éstas como vector del mal-estar del individuo. En una entrevista dijo: “Mark Zuckerberg ganó millones con su empresa fundada en nuestro miedo a la soledad”.
Interesantemente, señala el mismo punto que hoy sabemos, las redes generan más y más soledad o quizás la de la peor forma, la soledad acompañada por una ficción, una fantasía de relaciones humanas reales en muchos casos.
Es interesante la distinción que ya hace Cacioppo desde hace años y es poder diferenciar el estar solo de la soledad. Pone el ejemplo de personas hospitalizadas que, sin duda, no están materialmente solos pero sí en soledad, siendo el ejemplo de los pacientes en geriátricos un caso testigo. Este psicólogo social, que ha abordado el tema extensamente desde hace años, se refiere a lo que es el centro de este planteo y es la necesidad básica humana de conexión social. Incluso, esto es previo a la eclosión de las redes sociales que no han hecho más que potenciar el problema y trasladar el impacto al otro extremo de la pirámide etaria, los niños, adolescentes y jóvenes.
Esto nos lleva a la conocida expresión “Más vale solo que mal acompañado”. La expresión de cuño hispano, refiere, obviamente, a evitar las malas compañías y su contrapuesta podría presuponer que estar acompañado a cualquier costo, tema que vemos muy frecuentemente asociado a diversas formas de malestar, en particular en vida sentimental, donde a veces se aceptan situaciones por el temor a la soledad.
Amor líquido
Comentábamos sobre los planteos de Bauman que no por nada habló de la modernidad líquida, en la que todo es inasible y su crítica a las redes, aproximadamente en el mismo año del trabajo de referencia de John Cacioppo.
Las redes sociales, sin embargo, no son solo el villano de la película, tal cual plantea un estudio de la Universidad de Oxford, pero del cual no necesitamos para entender el punto. Son un peligro (ciberacoso, grooming, estafas morales y sentimentales, etc.) pero a la vez un extraordinario aliado en el tema de la necesidad de conexión social, necesidad inherente a la condición humana.
Quizás la moraleja de la historia es que debemos entender que nos nutrimos de infinitas maneras, respiramos, comemos, necesitamos movernos, la condición contextual de todo esto es la conexión humana que nos relaciona con el medio. No estar conectado es estar sin nexo, es decir alienados.
Por ello quizás como dice el dicho “para mantener lejos al (ese médico)” que solo actúa ante la enfermedad manifiesta y no como resguardo de la salud, no hay que estar ni solos ni mal acompañados sino sanos y, por qué no, felices.
Al momento de escribir estas líneas leo un posteo del dr. Murthy en el que anuncia un plan nacional en EEUU para luchar contra la epidemia de soledad, por el impacto sobre la salud pública y por “el extraordinario poder sanador de nuestras relaciones″.
* El doctor Enrique De Rosa Alabaster se especializa en temas de salud mental. Es médico psiquiatra, neurólogo, sexólogo y médico legista
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